Fernando Antequera disfrutaba del éxito en los negocios y se mantenía sano y activo a través del ejercicio físico y los deportes, pero un día su seguridad se vio seriamente amenazada cuando un simple dolor en una de sus piernas, resultó ser más de lo que él se imaginaba. La vida prospera como empresario de transportes no hacían presagiar que algo malo le pudiera ocurrir a Fernando Antequera. El pensaba que tenía un especie de escudo que lo protegía de todo, por tal motivo no pensaba en el mañana para él era el hoy y el ahora, y que el dolor que tenía era pasajero. Pero el problema no pasó, todo lo contrario, el tumor que le diagnosticaron le generaba tanto dolor, que solo la morfina podía calmarlo. Los médicos tenían dificultad al tratarlo pues el tumor había avanzado, se había alojado comprometiendo la vena aorta y la carótida. Pensaban que no era tratable ni con cirugía ni quimioterapia. Para evitar que una dura noticia afectara más la salud y el estado de ánimo de Fernando, sus médicos le ocultan el resultado del último examen, informándole al resto de la familia que le quedaban cuando mucho dos meses de vida. Fernando recuerda, “yo empecé a sospechar, pues los gestos de amabilidad de toda mi familia, yo levantaba la mano y me daban gusto en todo, empecé a sentir un mimo, cargado de amor. Un día en casa sacaron un papel veo yo el análisis y alzo el papel y leía el informe de diagnóstico”. Entonces Fernando se enteró de la devastadora verdad que le habían ocultado. Los médicos le comentan al hijo de Fernando que solo un milagro lo podría salvar. Las consecuencias físicas de la enfermedad eran cada mes más notables en Fernando y él empezó a planificar su despedida. Posiblemente Fernando jamás pensó que en medio de su bienestar físico y económico sería sorprendido por una enfermedad terminal sin embargo la dura realidad era que el cáncer había tocado a su puerta y él tenía que enfrentar aquella enfermedad. El fantasma de la muerte se había hecho presente pero al mismo tiempo una actitud de fe brotó en la familia, especialmente en su hijo Fernando, así que todos comenzaron a clamar a Dios por ese milagro que los médicos decían era lo único que lo podía salvar.

Un día su hijo llego a visitarlo, cerrando la puerta del cuarto le dio un disco de música cristiana, el cual escucharon juntos, mientras pensaban en todas las personas que los estaban acompañando en oración, ellos también empezaron a orar, “ahora papi tu con tu boca háblale a Dios, Él sabe lo que tienes, Él sabe lo que quieres”. En esa sincera oración Fernando le abre su corazón a Cristo pidiéndole que fuera el único dueño de su vida. “Creo que fue el momento más espectacular de mi vida porque era la primera vez en que realmente le había dado todo”. Juntos padre e hijo clamaron y gimieron al Señor por un milagro y por el deseo de querer vivir, al final de la oración se abrazaron y lloraron sabiendo que algo bueno había pasado. Confiando plenamente que aquella oración sería escuchada, padre e hijo comenzaron a esperar el milagro. Fernando dice, “me pidieron una tomografía, y la doctora como contándome un secreto, me dice que el tumor ha bajado un 80%”. Aquel tumor maligno estaba siendo sanado por Dios, y más adelante otros examenes confirmarían el milagro. Fernando se sometió a una junta médica dejando a los médicos perplejos por su evolución, haciéndole una última tomografía donde constataban que el no existían más masas tumorales. Fernando recuerda, “Lloré de agradecimiento a Dios, porque se en lo más profundo de mi corazón que Él es el autor y Él es el que va determinar hasta donde voy a llegar”. Pero no solo hubo un milagro de sanidad, sino también una fiesta familiar de reconciliación y restauración de viejas heridas. Fernando hijo recuerda, “A raíz de la enfermedad de mi papá, empezaron a suceder muchos milagros, porque si bien el milagro central es que mi papá está sano ahora, a través de todo este tiempo en que mi papá estuvo sumergido en la enfermedad. Dios empezó a obrar de manera increíble en mi familia a tal punto de que mis hermanos y mi mamá, le entregaron su vida al Señor”. Para Fernando aquella enfermedad que lo iba a llevar a una muerte segura fue de gran bendición. Fernando comprendió que las cosas sencillas de la vida como el aire que respiramos, no se pueden comprar ellas vienen de Dios. “Bendigo el día en que he enfermado, porque ese día me permitido conocer a Dios”.