Desde muy temprana edad, la infancia de Mariana De Bauer estuvo marcada por el desprecio de su familia.
Mariana fue enviada a vivir con sus abuelos, quienes se encargaron de hacerle saber que ella era producto de una aventura entre sus padres.
Toda esa presión sicológica creció gracias a los vecinos del barrio, rechazándola por completo con insultos y agresiones. Sus deseos de tener llegaron a su imaginación, en la cual había creado el pensamiento de que ella tenía una mamá que la quería, pero pronto ese sueño, se volvió pesadilla cuando despertó y se encontró sola, cayendo inevitablemente en depresión.
Mariana soñaba con casarse, creyendo que eso iba a solucionar todos sus problemas. Así que conoció a Roland y con él decidió casarse. Pero pronto descubrió que ella no sabía cómo afrontar el matrimonio cuando supo que estaba embarazada.
Sus vacíos y necesidades emocionales dominaron su vida, Mariana no sabía lidiar con esas crisis que ni siquiera el nacimiento de su hija logró animarla.
Pasó el tiempo y su esposo se encargó de su hija, mientras que Mariana deseaba matarse. Sus depresiones fueron un reto para los médicos, quienes no encontraban dosis o remedios para ayudarla. El consumo excesivo de medicamentos la convirtió en una mujer agresiva al borde de la locura.
Su esposo solo quería ayudarle por el lado bueno, pero Mariana decidió probar cosas diferentes: hipnosis, lectura de cartas y cuanta brujería estuviera a su alcance, pero luego siempre de cada sesión, su vacío no desaparecía ni tampoco su dolor. Mariana estaba decidida a acabar con su vida, hasta una noche en que estaba muy desesperada, volvió a ver al cielo y en una simple oración pidió a Dios que la rescatara de su miseria.
A los días, ella recibió una invitación para asistir a una iglesia; Mariana fue y en aquel lugar escuchó unas palabras que sanaron su alma. Mariana se arrepintió de sus pecados, y a partir de allí, su vida dio un nuevo giro. Poco a poco aprendió a lidiar con sus depresiones y su matrimonio comenzó un proceso de restauración. Ambos duraron más de un año en recuperarse, pero han pasado más de 22 años sin volver a sufrir como antes.
Mariana empezó a sentir que tenía un valor muy grande, que ella vale mucho para Dios, viviendo aferrada a su palabra.
Hoy es una mujer completamente recuperada, sabiendo que Dios fue la solución a todos sus problemas.
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